Confieso
que la vida
de vez en
cuando me desnuda
y acaricia
mis alas doloridas.
Ronroneo
en la falda de los sueños
y
canturreo lo que mi alma cela.
Asomada
entre la hiedra robo besos de algodón.
No quiero
mirarme en el río porque no permanece
y grita en
su partida
que no soy
más que una imagen que tiembla en su cauce.
Se alejó
el instante eterno
y los
valles ensombrecen
entre
ramas valientes que ocultan su tesoro.
Me cubro
con el pelo
para
encerrar el frío que me aturde
y que no
alcance la piel del sol.
Regreso a
mi ropaje
y
encarcelo en cascabeles
la
tristeza que me habita.
© Anna
Benítez del Canto
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