Qué sería
la vida sin el placer de la muerte
cuando el
recosido ser hace aguas en sus cimientos
y sus
pilares se inclinan, sin bastón que los
sostenga.
Qué triste
sería el camino si no tuviese final
y fuesen
quedando atrás los almendros
con su
sombra y el festín de besos frescos.
Qué agonía
más cruel arrastrar el alabastro
que
contiene las cenizas de la lucha sin ejército,
con
tiritas de alfileres que acuchillan el aliento.
Qué distinto
pensamiento si existiese la certeza
de
conquistar esa cima que se coló en la entretela.
Se derrama
piedra a piedra, sepultando las apuestas.
© Anna Benítez del Canto
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