Moría de
tristeza 
cuando
apareció en la oscuridad, junto al olivo
        una escalera que se elevaba al cielo. 
Crucé la
noche en un suspiro 
    por sus peldaños de algodón 
             hasta la nariz de la luna, que me
sonreía bizca.
Era nueva y
sin embargo, 
               brillaba igual que cuando estaba
llena.
Comprendí
que la noche nunca es negra 
                                     si la
miras con esperanza.
             Anna Benítez del Canto
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